lunes, 26 de abril de 2010

Auto-stop


Durante los años sesenta y setenta del siglo pasado (que mal suena esto) era normal ver a jóvenes haciendo auto-stop por las carreteras o en las gasolineras. Hoy es rarísimo ver a alguien haciéndolo. Tenemos miedo de meter en nuestro cubículo privado sobre ruedas a alguien extraño que pueda robarnos o hacernos daño. Hemos oído historias, que hielan la sangre, de personas que han recogido a un autoestopista y lo han pagado muy caro. No conocemos a nadie de nuestro entorno que haya sufrido ninguna agresión, pero no importa, las historias circulan y aunque sean falsas nos atemorizan.

Ayer, mientras repostaba en la gasolinera, se acercó un joven.

–Voy a Xàtiva. Me dijo –¿Podría llevarme?

Su cara era de rasgos suaves y agradables, pero su barba sin afeitar de varios días y su aspecto general, un tanto desaliñado, me hicieron dudar. Llevaba en la mano una pesada bolsa de viaje azul que tiraba de su brazo derecho hacia el suelo. Volví a mirar su rostro y me pareció cansado.

–De acuerdo. Deja la bolsa en el asiento trasero. Le contesté, mientras terminaba de cargar la gasolina.

Durante el corto trayecto, apenas media hora, me contó que era profesor de inglés. Había estado un año en India, dando clases y aprendiendo a vivir.

–Los hindúes son acogedores. Reparten lo que tienen con quien lo necesita… al menos eso he visto entre los hindúes pobres.

Mientras lo escuchaba pensaba que nosotros también éramos así. Sin embargo, desde que nos consideramos ricos nos hemos vuelto tacaños y miedosos. Tememos que nos roben porque creemos que tenemos algo que robar. No pensamos en la vida que perdemos por temer. No pensamos en la vida que dejamos de vivir porque tenemos miedo.

miércoles, 21 de abril de 2010

Adiós amigo

Hacía tiempo que no sabía de él. La última vez que nos vimos me contó lo mal que lo había pasado cuando le informaron de su enfermedad. Pero ya lo había superado y estaba contento por poder contarlo y volver al trabajo.
Hoy recuerdo un montón de situaciones que vivimos juntos en la adolescencia, la fase humana en que se forma el carácter y se establecen relaciones que durarán toda la vida. Buscábamos, supongo que como todos los adolescentes, un grupo de gente con el que tuviéramos afinidades para reforzar nuestra maltrecha autoestima. Y lo encontramos.
Dice Alberoni que la amistad se construye a base de encuentros, cada uno de los cuales retoma el precedente como si lo hubiéramos dejado un momento antes, incluso después de que haya pasado mucho tiempo. Solo siento que esos encuentros no hubieran sido más frecuentes.
Pero contigo ya es tarde. Adiós Felipe, adiós amigo.

miércoles, 14 de abril de 2010

El amor

Me citó en un bar cerca de mi trabajo. Era extraño. Ella debía estar trabajando. Anoche estuvimos viendo la televisión, como siempre. Nos acostamos y esta mañana me despedí de ella al salir de casa, como todos los días, y no noté nada raro.

Cuando llegué ya estaba tomando un café con leche, sentada junto a una pequeña mesa al lado de la ventana del bar --¿Hola cariño, que pasa? Pregunté.
Ella esbozó una sonrisa y dijo –No, nada…

Yo me mantuve en silencio mientras esperaba que explicara el motivo de la cita. Su rostro se cargó de tensión.

--Esta mañana me he cogido el día libre. Dijo por fin --He llevado mis cosas a un piso que he alquilado. Me voy… lo siento pero me voy. Te quiero pero no estoy enamorada de ti. No quiero hacerte daño pero pasan los años y yo quiero algo más. La vida no puede ser solo esto.

Se levantó sin darme tiempo a nada. Me besó en la mejilla y desapareció diluyéndose lentamente en las lágrimas que anegaban mis ojos

lunes, 12 de abril de 2010

La bata

El transporte público es una fuente inagotable de casos fortuitos, donde afloran asuntos menores, sin importancia aparente, de donde un observador puede deducir el fondo problemático. Algo así como el diván del psiquiatra.

En la parada de autobús siguiente a la mía subieron, entre otros, dos mujeres mayores. Mientras una ticaba los billetes la otra ocupó dos asientos esperando a su compañera. Con el autobús en marcha, la que llevaba los tiques, dio una carrerita, dando tumbos, hasta el asiento que guardaba su amiga.

Cuando ya estaban las dos sentadas, la que guardaba el asiento dijo riendo –Me has recordado ese día de Pascua que corrimos huyendo de los chicos ¿Te acuerdas? Y sin esperar contestación continuó –A mí no se me olvida porque me acuerdo de la bata que llevabas, una de color salmón clarito.

--Ah sí. Contestó la otra –Esa bata me la hice yo. Con sus mangas cortas… era de lino, que se llevaba entonces, y como no tenía dinero para comprar botones le puse un cordón en el escote. Así podía dejarlo un poco abierto. Cuando me la puse me mandó mi madre a por agua. Cogí el cántaro y, al llegar a la fuente, dos mozos se quedaron mirándome y uno le dio al otro: mira, se le ve el canalillo. Volví a casa y apreté el cordón del escote. Las dos rieron.

--pues al verte correr me he acordado del día que fuimos a merendar al campo con mi hermana y María ¿te acuerdas? Llevabas esa bata y mi hermana decía que con ella estabas muy guapa y por eso no pudimos alejar a los pesados que estuvieron dándonos la tabarra toda la tarde.

--Ya lo creo que me acuerdo… pero no era la bata, no. Eran los años.

miércoles, 7 de abril de 2010

Álbum de fotos



Abrir un álbum de fotos es recuperar el pasado. Si se es joven el pasado es breve; se pueden ver muchas personas que resultan curiosas, quizá porque se parecen a alguien que conoces bien, o porque resulta extraño o extravagante su forma de vestir, o porque reconoces algún lugar.

Según se van celebrando cumpleaños el álbum de fotografías contiene mucho más pasado. Nos vemos a nosotros mismos pero ya no somos iguales. Quienes nos rodean han adquirido una serie de caracteres que, cuando ves las fotos, te das cuenta que antes no tenían. Y ves a alguien que ya no está.

Con los años se adquiere la costumbre de recurrir con más frecuencia al álbum. Ya no solo vemos a muchos de los que ya no están, sino que recordamos a quienes vemos con menos frecuencia de la que nos gustaría. Ya no solo recordamos, sino que llegamos a revivir algunos momentos. Y, a menudo, se nos llenan los ojos de las malditas lágrimas que la emoción hace surgir de lo más hondo del corazón.

No temáis, no son lágrimas de dolor. Suelen ser producto de la turbación que el recuerdo de ese momento mágico, que la fotografía paró en el tiempo,descubre.

martes, 6 de abril de 2010

No puedo olvidar su mirada

Estaba en aquel espacio de prado verde, sentada en un tronco que le servía de banco, con su hijo menor dormido en brazos. A su lado, sentado en el suelo el hijo mayor, de unos dos años, de espaldas a su padre. Ambos miraban sin ver. Aburridos, inmersos en el sopor del mediodía.

Pero es aquella madre a la que no puedo olvidar. La delicadeza de sus manos apartando una brizna de hierba que el viento depositó en la cara de su hijo. La expresión de su rostro que reflejaba la certeza de la vaciedad de su vida y la carencia de futuro para ella y para su prole.Durante días no pude dejar de sentir sobre mí la humanidad de su presencia.

La primera vez que la vi me impresionó su mirada. Sus grandes ojos del color de la miel dirigidos al pequeño que acunaba en sus brazos. De tanto en tanto alzaba la vista y me observaba. ¿Suplicaba? No lo sé. Lo que sé es que sufría, por ella y por el hijo que con tanto cariño sujetaba junto a su pecho.

Hoy me ha reconocido, estoy seguro. Yo apoyaba mi mano en el cristal que separa su espacio de la ruta de los visitantes mientras la observaba. Ella se ha levantado, con cuidado de no despertar a su pequeño, y ha colocado su mano junto a la mía. En sus ojos de miel no había reproche. Me ha mirado durante unos segundos eternos. Ha bajado la cabeza y se ha dirigido, de nuevo, a su lugar, junto a los otros miembros de la familia de gorilas del zoo. Creo que no volveré nunca más.

jueves, 1 de abril de 2010

Secuencia en el parque

Rosaleda de Viveros. Valencia
Valencia tiene un hermoso parque, Vivers, por el que me suelo dar algún paseo. Ayer decidí hacerlo para disfrutar del tibio sol de la primavera mediterránea. Decidí acercarme a la rosaleda que rodea una fuente a la que, en ocasiones, sincronizan con música, de forma que el agua de sus diferentes caños varía en potencia y altura según las notas musicales. Es una verdadera gozada escuchar los acordes mientras se observa bailar el agua de la fuente a su son.

Esa tarde no había fuente musical, así que me entretuve tomando una cerveza fría, uno de los pequeños placeres que aún me puedo permitir. Según nos vamos haciendo mayores, ya se sabe, aumentan los achaques y disminuyen los goces. El pequeño quiosco-bar se encuentra junto a la rosaleda. Aprovechando la zona de sombra que proyecta la pérgola y el arbolado anejo, hay unas cuantas mesas para los clientes, lo que me permitió disfrutar de la cerveza mientras observaba la fuente, los brotes incipientes de los rosales y la poca gente que a esa hora descansaba en el bar.

Un pequeño de unos seis años estaba sentado en la mesa de enfrente. Su abuela y otra mujer de su misma edad hablaban animadamente. El niño miraba a una y a otra o se fijaba en los osados gorriones que se metían has debajo de la mesa en busca de migajas o trocitos de patatas fritas.

-- Sus ojos vivarachos denotan inteligencia. Pensé.

--Abuela ¿iremos al estanque a ver los patos? Preguntó el pequeño cuando encontró un paréntesis en la conversación de las mujeres

--Como ya eres mayor y te estás portando muy bien iremos en cuanto terminemos los refrescos. Contestó su abuela

El niño fijó la vista en el vaso que tenía delante durante unos segundos y dijo con suavidad

--Abuela, yo no soy mayor… soy mediano.

--No me equivoqué cuando descubrí el destello de la inteligencia en su mirada. Pensé. -- Como todos los niños seguro que quiere crecer, pero sin prisa.

Potser t'agrade

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