miércoles, 6 de octubre de 2010

Palacio de la Ópera de Valencia

La tarde era cálida i luminosa. El verano se resistía a abandonar Valencia a pesar de estar a mediados de octubre. Decidí dar un paseo por la parte nueva de la ciudad. Bajé al rio y caminé hacia el Museo de las Artes y la Ciencias siguiendo el caudal de ciclistas, paseantes y practicantes de footing que inundaba el viejo cauce del Turia. El cauce es ahora un pulmón verde de varios kilómetros que recorre la ciudad.

Pensé en el acierto ciudadano al no permitir que se utilizara el viejo cauce del rio Turia, desviado por fuera de la ciudad después de la riada de 1957, como un distribuidor de tráfico rodado. Eran otros tiempos. Las movilizaciones por un cauce verde fueron numerosas y se consiguió desbaratar el intento de asfaltar el cauce.
Poco antes de llegar al Palacio de la Ópera decidí tomar un cortado en la terraza de uno de los quioscos-bar. Ocupé la única mesa que había libre, junto a tres jóvenes que hablaban animadamente.

_ Pues a mí me parece bien que los multen. Han cortado el tráfico y han impedido que la gente pudiera circular libremente. Eso es ilegal y merece una multa – Decía uno de ellos.

_ ¿Pero es que ya no vamos a poder manifestarnos? ¿Vamos permitir que metan en nuestro pueblo toda la basura nuclear de España sin rechistar? –Dijo el que parecía el mayor de los tres.

Entendí que hablaban de la noticia de la detención de manifestantes de Greenpeace y de pueblos de la comarca del Valle de Ayora, donde el gobierno pretende instalar el almacén de residuos radiactivos procedentes de las centrales nucleares.

–En algún sitio habrá que almacenarlo ¿no? –Intervino el tercero –Además todo el mundo afirma que no hay peligro ninguno. Solo existe una posibilidad entre millones de que pase algún accidente.

Mientras decía esto se levantaron los tres y se marcharon despacio, defendiendo cada cual su punto de vista. Al quedarme solo vi un periódico en la silla vacía que estaba junto a mí. Pensé que alguien lo habría dejado después de leerlo. Lo cogí para entretenerme mientras tomaba mi café cortado sin azúcar, pero una foto a todo color, en primera página, mostraba una enorme extensión de terreno cubierto por lodo de color rojo sangre.

En primer plano se veía la rotura de la balsa de la fábrica de aluminio que había vertido, según el periódico, 700.000 metros cúbicos de barro tóxico. Al fondo, entre el barro, se distinguían los puntos blancos de las casas de dos poblaciones anegadas por el lodo rojo. El gobierno húngaro desconocía el impacto que podía tener el vertido y temía que pudiera llegar al Danubio.

_ Seguramente –pensé – esta instalación también era muy segura…

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