martes, 5 de julio de 2011

La fábula de los burros


Un lunes de mercado apareció en una aldea un hombre misterioso que ofrecía 100 escudos por cada burro que le quisieran dar los habitantes del aldea. Buena parte de los pueblerinos vendió sus animales. Martes, el hombre volvió y ofreció mejor precio: 150 escudos por cada borriquillo. Otra parte de la población se decidió a vender. Miércoles, el hombre ofreció 300 escudos y el resto de pueblerinos vendió los últimos burros. Sabiendo que ya no había más animales, el tratante dijo astutamente que volvería la semana siguiente y ofrecería 500 escudos por los últimos burros que pudieran quedar. Al día siguiente, apareció por la villa otro hombre —en realidad un criado del tratante de asnos— ofreciendo animales a 400 escudos. Ante la posible ganancia —ay la avaricia—, todos los pueblerinos compraron los asnos a 400 escudos y quien no tenía dinero pedía prestados. De hecho, compraron todos los burros de la comarca. Como era de esperar, el criado desapareció, igual que su amo, y nunca volvió a saberse de él. La aldea quedó llena de burros y de habitantes endeudados. ¿Qué pasó después? Como no se vendían los burros, los que habían pedido prestado no podían pagar el préstamo. Los que habían prestado los dineros se quejaran a la autoridad, asegurando que se iban a arruinar si no cobraban, que no podrían seguir prestando y que se arruinaría también toda la aldea. Para que los prestamistas no quebraran, el alcalde, en lugar de dar dinero a los pueblerinos para que ellos mismos pagaran sus deudas, dio a los acreedores. Estos recuperaron, por tanto, gran parte del dinero prestados, pero no perdonaron los deudas a los pobladores del aldea, que siguieron igual de endeudados. Por su parte, el alcalde agotó —está claro— el presupuesto del ayuntamiento, que también quedó totalmente arruinado. Entonces, debió pedir dinero a otros ayuntamientos, pero estos le contestaran que no podían ayudarlo; como estaba en ruina, no veían la manera de recuperar más adelante las cantidades prestadas. Resultado: mucha gente arruinada y sin burro para toda la vida; el ayuntamiento, igualmente arruinado; el hombre misterioso, bien forrado; los prestamistas, con la liquidez recuperada y un montón de gente a quien iban a seguir cobrando el principal y los intereses —incluso adueñándose de los ya devaluados burros con que los deudores no llegaban a cubrir la totalidad de la deuda contraída. Para solucionar todo esto y salvar el bienestar de todo el pueblo, el ayuntamiento aplicó un plan drástico de ajuste: despidió un alguacil, un médico y dos maestros, y bajó el sueldo a los otros funcionarios municipales.

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