viernes, 7 de mayo de 2010

Nostalgia

Últimamente me pasa algo extraño. En multitud de ocasiones se me llenan los ojos de lágrimas. A veces de pena, otras de alegría, de nostalgia o de impotencia. Por cualquier cosa y en las situaciones más diversas.

La última vez fue bonito. Estaba en el metro y entró una mujer con un cochecito de bebé. Un niño precioso de poco menos de un año estaba sentado en su interior y, de pie, subida a la barra trasera, su hermana mayor de unos dos añitos.

No pasó nada especial. La reacción se produjo en mi interior. Vi a mis hijos cuando tenían esa edad. Cuando los llevaba al parque en un carrito muy parecido a aquel. Vi a mi niña con sus dos coletas y sus grandes ojos escrutadores, mirando todo, aprendiendo de todo. Vi a mi hijo con sus manos fuertes, intentando arrancar la cadenita de plástico que sujetaba el chupete, mientras buscaba la mirada cómplice de su hermana. Noté la calidez de sus cuerpecitos cuando los cogía en brazos…

Una sensación de profunda ternura me invadió. No pude evitar que las lágrimas corrieran hacia la comisura de mis labios. Levanté la cabeza para enjugar las lágrimas con la mano y encontré la mirada de la madre. Apartó sus ojos de mí con rapidez, como quien ha sido pillado en una falta.

No sé si me avergoncé de mis lágrimas o si me sentí reconfortado. De lo que estoy seguro es de que la madre me comprendió. O quizá no. Era demasiado joven.

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