lunes, 12 de abril de 2010

La bata

El transporte público es una fuente inagotable de casos fortuitos, donde afloran asuntos menores, sin importancia aparente, de donde un observador puede deducir el fondo problemático. Algo así como el diván del psiquiatra.

En la parada de autobús siguiente a la mía subieron, entre otros, dos mujeres mayores. Mientras una ticaba los billetes la otra ocupó dos asientos esperando a su compañera. Con el autobús en marcha, la que llevaba los tiques, dio una carrerita, dando tumbos, hasta el asiento que guardaba su amiga.

Cuando ya estaban las dos sentadas, la que guardaba el asiento dijo riendo –Me has recordado ese día de Pascua que corrimos huyendo de los chicos ¿Te acuerdas? Y sin esperar contestación continuó –A mí no se me olvida porque me acuerdo de la bata que llevabas, una de color salmón clarito.

--Ah sí. Contestó la otra –Esa bata me la hice yo. Con sus mangas cortas… era de lino, que se llevaba entonces, y como no tenía dinero para comprar botones le puse un cordón en el escote. Así podía dejarlo un poco abierto. Cuando me la puse me mandó mi madre a por agua. Cogí el cántaro y, al llegar a la fuente, dos mozos se quedaron mirándome y uno le dio al otro: mira, se le ve el canalillo. Volví a casa y apreté el cordón del escote. Las dos rieron.

--pues al verte correr me he acordado del día que fuimos a merendar al campo con mi hermana y María ¿te acuerdas? Llevabas esa bata y mi hermana decía que con ella estabas muy guapa y por eso no pudimos alejar a los pesados que estuvieron dándonos la tabarra toda la tarde.

--Ya lo creo que me acuerdo… pero no era la bata, no. Eran los años.

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