martes, 6 de abril de 2010

No puedo olvidar su mirada

Estaba en aquel espacio de prado verde, sentada en un tronco que le servía de banco, con su hijo menor dormido en brazos. A su lado, sentado en el suelo el hijo mayor, de unos dos años, de espaldas a su padre. Ambos miraban sin ver. Aburridos, inmersos en el sopor del mediodía.

Pero es aquella madre a la que no puedo olvidar. La delicadeza de sus manos apartando una brizna de hierba que el viento depositó en la cara de su hijo. La expresión de su rostro que reflejaba la certeza de la vaciedad de su vida y la carencia de futuro para ella y para su prole.Durante días no pude dejar de sentir sobre mí la humanidad de su presencia.

La primera vez que la vi me impresionó su mirada. Sus grandes ojos del color de la miel dirigidos al pequeño que acunaba en sus brazos. De tanto en tanto alzaba la vista y me observaba. ¿Suplicaba? No lo sé. Lo que sé es que sufría, por ella y por el hijo que con tanto cariño sujetaba junto a su pecho.

Hoy me ha reconocido, estoy seguro. Yo apoyaba mi mano en el cristal que separa su espacio de la ruta de los visitantes mientras la observaba. Ella se ha levantado, con cuidado de no despertar a su pequeño, y ha colocado su mano junto a la mía. En sus ojos de miel no había reproche. Me ha mirado durante unos segundos eternos. Ha bajado la cabeza y se ha dirigido, de nuevo, a su lugar, junto a los otros miembros de la familia de gorilas del zoo. Creo que no volveré nunca más.

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